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El Perú no está perdido

Esta semana tuve el gusto de participar en el CADE Universitario para comentar la coyuntura económica que vivimos y qué medidas requiere el Perú en el corto y largo plazo para consolidarse como un país competitivo. Los jóvenes suelen tener esta característica maravillosa de la motivación para generar cambios. Sin embargo, imagino lo difícil que debe ser mantener esta motivación a flote con las noticias que vemos a diario de nuestro manejo económico y político. Diera a veces la impresión de que nos encontramos en un país insalvable.

Lo cierto es que el Perú se ha sabido levantar. Hacia 1990 teníamos un país sumido en la violencia y la hiperinflación, con políticas públicas que hoy resultan ejemplo de lo que no se debe hacer. Con todo ello, nuestra economía se recompuso no para volver al punto inicial, sino que lo hizo para mejor. Tras las reformas estructurales de los años 90, establecidas en la Constitución, el Perú salió de un largo estancamiento para destacar en términos de crecimiento, inflación y reducción de la pobreza. Esto no fue un “milagro”; fueron años de trabajo y de políticas específicas que propiciaron el avance.

Pero tampoco fue, ni de cerca, una tarea completa. Varias reformas se quedaron en el camino y mucho de ello por falta de voluntad y consenso políticos. Si vemos nuestros niveles de competitividad, queda claro que somos primeros de la clase en la estabilidad macroeconómica, pero que no hicimos la tarea en las demás asignaturas, particularmente las que tienen que ver con fortalecer nuestras instituciones. La pandemia fue la muestra más dura de ello, encontrando un país con un sistema de salud precario, con elevadísima informalidad y desprotección y un Estado poco eficiente en el que, en medio de una emergencia, aumentaron los casos de corrupción. ¿Resultado? Aumentaron la pobreza y vulnerabilidad – hoy 20 millones de peruanos están en una de estas condiciones– y se precarizó el empleo.

Y por si la pandemia fuera poco, la realidad actual está llena de urgencias. Inflación, crisis alimentaria, conflictividad social y un deterioro sin precedentes de la gestión pública que nos hace sentir que lo poco avanzado comienza a borrarse. Escándalos y crisis a nivel político no tienen en muchos casos a los actores clave atendiendo lo urgente. ¡Ya qué decir de lo importante! Medidas para la productividad como capital humano (educación y salud), dinamización del mercado laboral, ampliación y mejora de la protección social, inclusión productiva de las pymes, inversión en infraestructura y fortalecimiento institucional en todo el territorio parecen a veces “mucho pedir”.

Pero el Perú no está perdido. Nos hemos levantado de más abajo y sabemos lo que hemos hecho mal (o no hemos hecho). Hay un camino, pero hay que recorrerlo. Para recorrerlo, identificamos elementos clave como la voluntad política, calidad técnica, involucramiento real de la ciudadanía, comunicación efectiva y adaptación de las buenas ideas a distintas realidades. Detrás de esto hay también tres “no” definitivos: no desestimar la importancia del crecimiento económico, no retroceder en lo que sí hicimos bien y no pretender que el Estado debe hacer todo solo. Este recorrido no puede ser una responsabilidad de “ellos”; debe pasar a ser una responsabilidad de “nosotros”.

Finalmente, es importante entender que estamos todos en un mismo barco y que las polarizaciones poco nos ayudarán a levantarnos. Más pronto de lo que esperamos, nos va a tocar reconstruir el país. Eso va a requerir la experiencia de los mayores, el ímpetu e innovación de los menores, y el involucramiento de todos.